Mi dulce y amarga experiencia de leer

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Era muy pequeño todavía cuando ya las ganas de vivir me apretaban el alma y me hacían correr y cantar de alegría. A mis 3 años de edad dibujé mi primer objeto de la vida: un pollito. Aún lo conserva Miriam, la cómplice de mis caprichos escolares, la mujer que mejor sabe preparar desayunos, la que hace los platos más ricos del planeta, mi amiga, la mujer más valiente de este mundo: mi mamá. Con tan solo 4 años ya quería estar en la escuela. Yo vivía en La Esmeralda, un barrio popular en el que viví hasta mis 10 ó tal vez 11 años. Recuerdo que le insistía a mamá con gran afán que me metiera a estudiar con los otros niños, y que me comprara cuadernos, lápices de colores y hasta una lonchera de los 'power ranger'. En esa época, recuerdo que imaginaba como nunca: me creía un súper héroe, podía saltar árboles, brincar quebradas, coartarle la cabeza a muchos monstruos y hasta volaba con gran destreza hasta lo más alto de los grandes caracolíes que daban sombra a la cuadra detrás de mi casa. Tengo un hermano, él fue mi amigo, mi compinche, el que soportó mis coscorrones y desplantes, él era el segundo de los tres. Con él salíamos a la cancha, corríamos, montábamos triciclo, veíamos 'dragon ball z'. Mi verdadero encuentro con la lectura lo tuve en la escuela, antes de entrar, veía los libros de dibujos y animalitos que había en la casa. Siendo hijo de Miriam Naranjo, ama de casa, y Alberto Prada, jefe de construcción, por causa de infortunios de la vida por parte de mamá, y de decisiones lijeras y poco meditadas por parte de papá, no estudiaron lo que años más tarde anhelaron haber hecho, para tener un trabajo con mejores comodidades económicas; sin embagro esto en ningún momento evitó que trabajasen incansablemente por nosotros y que alcansasen los anhelos de su corazón.
A mis 4 años y medio ingresé al colegio José A. Morales, recuerdo mi primer día, sentía el corazón en mi cuello y ansiosamente quería conocer saber, ser dentro de los amigos. En grado cero escribía y le daba un significado a las construcciones gráficas, aunque no conociera el sistema de signos de mi lengua. 

A los 5 años y medio estaba en primero primaria, empezamos a aprender a leer y escribir, lo más emocionante era cuando el señor de la librería llegaba con los textos muy bonitos, con olor a nuevo y envueltos en plástico que con gran placer removíamos rápidamente y ávidos de ver todas las imágenes del nuevo texto, infortunadamente esta sensación la repetí 2 ó 3 veces porque mis padres no contaban con suficiente dinero como para que yo estrenara siempre libros. Aprendí a leer como muchos de la generación del 89: primero la eme con la a, luego ma y ma con tilde decían mamá, así con varias palabras. Estaba tan emocionado que no tardé en aprender muchas palabras, leía los letreros de la tienda, de los paquetes de chitos, de los buses; quería salir con mamá y montar en bus porque podía ver muchos avisos. Como a mitad de año mi tío Tico me regaló un libro de pasta dura, de muchos dibijos de colores, que aún conservo, Pinocho fue el libro que me motivó a leer, aunque no entendí muchas cosas como que una ballena se podría comer a un niño sin masticarlo, o cómo un pober niño se podía convertir en burro, mucho menos entendía por qué un niño estaba frente a un juez, yo pensaba que eso era solo para los adultos; además me consternaba la idea de que si comía muchos dulces o iba al circo o al parque de diversiones sería castigado y convertido en un animal. Sin embargo me gustó, aunque no estaba de acuerdo con muchas cosas, pues veía los personajes de dos formas: buenos y malos. Luego de leer Pinocho, realicé mi primer dibujo a pulso y con colores.

Poco a poco me fui adentrando en un mundo extraño donde la lectura no era lo más importante, pues había que aprender primero las tablas y ahí sí leíamos; en tercero de primaria, recuerdo que conocí a la pobre viejecita, a Rin Rin renacuajo, y otros cuentos fascinantes, en ese otro colegio, nuevo para mí, había una gran biblioteca en la sotea, había muchos libros de diversos colores y temas, me gustaba ese lugar, no lo tenía antes en la institución anterior donde cursé segundo y por mi comportamiento me rechazaron para el siguiente grado.

Así transcurrió en tiempo, dejé el colegio privado donde hice tercero y entré a la escuela  Las Villas a hacer cuarto y quinto,, me es borroso el recuerdo de estos tiempos, solo sé que me iba bien en gramática en la ortografía y que me gustaba una chica, a la cual le escribía pequeños papelitos con frases bonitas. Siempre tuve dificultades con mi visión, esto hizo que fuera siempre muy distraído en clases, me acusaban de insoportable y en realidad estaba miope. 

Con mucha lucha pude ingresas al INEM, en ese entonces se debía presentar un examen de admisión, para el cual me preparé con un amigo durante 4 semanas completas, leíamos mucho historias, leyendas, cuentos cortos y además realizábamos ejercicios de matemáticas. Yo pasé, él no. Al entrar a Sexto veía un mundo distinto, una oportunidad de libertad, mis clases de español fueron de acercarme al teatro, a la exposición, y leímos un libro inolvidable: La metamorfosis, de Franz Kafka. ¡Qué libro! Fue extraño para mí leerlo, la sensación de mi experiencia con este libro fue como cuando de niño sin intención alguna, estando en casa de mis vecinos, vi por la ventana que estaba de par en par la desnudez de una joven mayor de edad, así fue nunca había visto al semejanza, el libro me despertó sentimientos, me aturdió un poco, lo entendí literalmente pero jamás lo olvidé; también teníamos que leer ¿quién se ha llevado mi queso?, en realidad fue el primer libro que me pidieron, con mucha alegría fui a comprarlo con mi madre y cuando leí los primeros dos párrafos ya me aburrió, lo cerré y nunca lo leí, hoy en día yace el libro en una húmeda caja en un lugar oscuro de mi casa. En séptimo a mi profesor lo mataron por querer robarle el carro, lamentable, era muy chévere, muy tranquilo y nos hablaba de historias buenas que se encontraban en los libros. La profesora que nos asignaron nos obligó a leer El caballero de la armadura oxidadaJuventud en éxtasis 1 y 2 y algo del catecismo.
Leímos el Lazarillo de Tormes, y otos libros no recordados por ahora. Pasaron los años y español se convertía en una materia de hacer bien las tareas, leer lo resúmenes de las obras o ver sus interpretaciones cinematográficas. LA profesora de noveno, la cual llamábamos depredador, ella sí, si antes rechazábamos la lectura, con ellas la odiamos y repugnamos hasta más no poder, esa señora nos enseñó a hacer letras góticas y cursivas, aún con planas exhaustivas y tediosas, no obligó a llevar una carpeta repleta de guías y trabajos horribles, pues no los entendíamos con certeza. 
Décimo y once fue el tiempo de aprender de memoria los movimientos literarios, de exponer más y de hacer otra vez teatro, lo cual último me gustó mucho. En once nos encontramos con Ilíada, La odisea, Edipo rey, ente otras obras trágicas y comedia. Además de leer los mamotretos de fotocopias para entender la biología que veía con Fabiola, una profesora exigente y con la cual leí mucho entendiendo la importancia de lo que leía, no era español, pero veía más práctico leer y conocer cómo una bacteria podía multiplicarse y producir un derivado lácteo que un cuanto de hadas; también leía libros completos acerca del metabolismo humano, acerca de los procesos de asimilación de las comidas en el cuerpo, cómo funcionaban los diferentes sistemas corporales del ser humano, en fin, me encantaba leer ese tipo de documentos, además de aquellos que criticaban fuertemente al gobierno nacional. Siempre me destaqué por ser líder en bachillerato, en ese entonces leía por diversión libros de historia de Colombia, de países que alcanzaron la independencia, recuerdo que leí Grandes protagonistas de la historia, El che, me encantó y conocí más de cerca la historia de este fascinante personaje. Finalmente me gradué de Bachiller Académico Ciencias, preparado para ingresar a hacer una carrera de la salud o una ingeniería por las competencias que habíamos adquirido, por ello ingresé a estudiar Enfermería en la UIS en el 2006, creo que por influencias de mi carrera.
Cancelé semestre cuando no había pasado dos meses, me fui para Venezuela a trabajar con una tía, allí leí por recreación La culpa es de la vaca, la verdad tenía curiosidad de saber por qué los muchachos chicaneaban diciendo que lo habían leído, cuando lo terminé de leer, solo me gustó una historia. También leí por gusto propio Cien años de Soledad, y me acerqué y leí la biblia.
Nunca nadie me obsequió un libro de verdad, solo mi tío cuando yo tenía 6.
Llegué de Venezuela, quería estudiar Derecho en la UIS, pero no se pudo, entonces ingresé a Licenciatura en Español, pues siempre me llamó la atención aprender idiomas y conocer lo profundo de las lenguas, además creía que algo de literato podría tener, que la inspiradora manera como le escribía  a las muchachas en el colegio me darían la oportunidad de acercarme a esa carrera. Hoy, les cuento, aún me cuesta mucho concentrarme en las lecturas, las disfruto, pero disfruto más los textos prácticos que me den la oportunidad de ejecutar lo leído. 

Es tan bonito leer, pero infortunadamente no me acostumbraron tampoco en casa, mis padres no terminaron sus estudios y su cultura más cercana a la lectura era el periódico de los domingos. Siempre tuvimos televisor, grave error. Nunca nos recomendaron a mis hermanos y a mí un libro, nunca nos llevaron a conocer la biblioteca local, el comprar un libro era gastar plata en balde, ellos no son conscientes de ello, pues son los mejores padres y han dado lo mejor de sí para sacarnos adelante, no eran lectores empedernidos y no por eso eran malos, sencillamente su acervo cultural está especializado en otras actividades.

Hoy puedo decir que mi verdadero acercamiento con la lectura y la producción textual lo hallé en la Universidad.