LUNA

LUNA

Fabian Prada

Que descubres mi soledad,
alumbrándome sin piedad.
Luna niña, luna bella,
que te acompaña esa estrella.

Porque vivir nunca sola
como los cielos y el llanto,
como bala sin pistola,
cual pajarillo sin canto.

Que me derrita el mediodía,
Me lleve al cielo negro todavía,
Todo tuyo quiero ser 
Todo en cuerpo en mente sin fenecer.

Oh, lune mienne, lune jolie,
Toi, tu sais, jamais je te laiserai, jamais.
c'est que ma vie je la donne au jour,
c'est que ma parole est pour cette poème.

Nous pouvons être, si tu veux, 
Une nuite, seules, Toi et moi,
Donne moi, déjà, un baiser, tu peux,
Je l'en sais. 
Si tu ne veux pas voir ma morte, tu doit.

Nous pouvons être, ensemble, la nuit entier.
Nous pouvons, je l'en sais, seulment je t'espoie...

 

El silencio como refugio de libertad en La Ceiba de la Memoria de Roberto Burgos Cantor





El silencio como refugio de libertad en La Ceiba de la Memoria de Roberto Burgos Cantor

Fabián Alberto Prada Naranjo



La Ceiba de la Memoria es la última novela publicada por el escritor Roberto Burgos Cantor, en la que se presenta una polifonía de voces que configuran distintas épocas hilvanadas por el renuente tema de la esclavitud. Pero no se halla en la novela un formato aburrido y frío. Al contrario Roberto Burgos logra narrar de manera envolvente las cuatro partes que constituyen la novela. Y lo hace a través de la memoria. Esta novela es muy bien escrita, su narrativa es fluida y rica, atrapa en cada descripción ya sea de algún lugar o de alguna difícil y dolorosa situación o una alivio inexplicable. Como cuando la novela narra el padecimiento de Alonso Sandoval que sufre la peste:

La piel se irá cubriendo con los chorros de un gris verdoso-sanguinolento. Y fétido. Las encías habrán comenzado a deshacerse en una podredumbre invasiva que le dificultará tomar los alimentos por el dolor y la contaminación. No lo abandonarán la calentura maligna y el desaliento. Cada día hablará menos (…) Le repugnará el movimiento de la lengua que tropezará con muelas flojas, dientes que se caerán, pedazos de encías en descomposición, y le costará mucho escupirlos. A veces se los tragará, a pesar de Usted, y un estremecimiento de asco le causará suplicios en las articulaciones y escozor en el cuero cabelludo. (BURGOS, 2007, p.29)


Con esta estrategia narrativa parecida a las descripciones de Alejo Carpentier en sus obras más ilustres, envuelve Roberto Burgos al lector en una historia llena de precisiones fundamentales que configuran la época de la esclavitud del negro y de los padecimientos de muchos integrantes de la sociedad de blancos que llegan a América y los negros traen como esclavos a su servicio. Así estas descripciones a través de la palabra escueta y sin eufemismos favorece la lectura de la novela. Las condiciones en que viajaban Alonso y Pedro Claver eran producto de su trabajo a diferencia de las condiciones en que son obligados los negros y negras a viajar. A ellos los arrumaban en un compartimiento oscuro y húmedo, sin letrinas ni ventilación, más que un pequeño escoyo por donde recibían una miseria de alimento diario. Estas eran las condiciones en que viajaron los negros:

La infección de las llagas por la marca de la propiedad en el pecho, en el brazo izquierdo, en el derecho, el agusanamiento de los cadáveres cuya piel se había empezado a apergaminar en vida, las huellas de las lágrimas agotadas que habían marcado un cauce de sal blancuzca en los rostros amargados. (2007, p.32)

Acercamiento a la poesía de José Asunción Silva a León de Greiff



Fabián Prada Naranjo 


León de Greiff y José Asunción Silva son poetas colombianos nacidos en grandes ciudades en épocas distintas, pero seguidas. Es así como José Asunción Silva es un poeta que tiene auge en el contexto modernista, cuando hay necesidad de describir y criticar las novedades que en las ciudades suceden y que empiezan a dejar a un lado el lado natural y ordinario de los días cotidianos. León de Greiff se convierte en referente histórico de la poesía colombiana por su extensa y exquisita obra y por ser un principal exponente del vanguardismo latinoamericano con el grupo que lideró Los panidas.

No obstante, hay quienes aseveran que encasillar a León de Greiff en algún “ismo” es una visión cerrada para clasificar su compleja obra. Como lo dice Carmen Luna Sellés en su ensayo León de Greiff: “¡Ni soy lo que ellos dicen…ni en lo que soy estoy!”:

Desde que Guillermo de Torre (1965) en su Historia de las literaturas de vanguardia y Anderson Imbert (1961) en Historia de la literatura hispanoamericana le aplicaron de forma excesivamente rígida el marbete de vanguardista1, este siguió siendo utilizado durante mucho tiempo de forma mecánica, sin ninguna atenta y crítica mirada de su compleja obra. (2010, P. 268)

Es así como señala que hay una mirada desatenta y rigurosa a la obra compleja del poeta colombiano León de Greiff. Pero no es la única persona en hacerlo. Rafael Maya también concuerda con esta opinión así:

Todavía era la época de grandes campañas literarias de resonancia continental. El país pobre aún y confiado en las solas fuerzas intelectuales, asistía ávidamente al espectáculo, donde los caballeros de penacho se herían en el alma por un verso incorrecto. Reinaba una gran preocupación por lo que se llamó “la forma literaria”, sobre todo en poesía, y el verso debía tener la precisión escolar de una cartilla. (ALAPE, 1995, P. 79)

Con esta precisión Rafael Maya defiende la maravillosa y armoniosa manera de escribir de León de Greiff. Y contextualiza la época literaria de Colombia, donde se vive un modernismo tardío y aún los intelectuales de la escritura pretenden clasificar con sus teorías lo que no entienden, lo que está fuera del alcance de sus banales mentes.

Domingo de trabajo


Otra vez llegué tarde y lo peor es que ya me da pena dar mis excusas, sean verdad o no ya no me creen, yo pienso que ellos no lo entienden a uno, el uno pone mil cosas por un lado, el otro exige que traguemos libro, la otra que hagamos un video, con diapositivas, fotograma, análisis pedagógico etc., esta situación es muy extenuante. Una de esas noches trajinadas que yo padecía en el trabajo como planchero-armador-mesero-mensajero en la 60, tenía un trabajote de Didáctica I qué hacer, lo peor era que no tenía con quién hacerme, pues como no tenía tiempo de reunirme todos me hacían a un lado, incluso los más allegados, los que uno piensa que serán un apoyo. Esa noche estaba desesperado y la esposa de mi jefe no estaba esa noche porque se enfermó otra vez de asma, entonces me tocaba también sacar la gaseosa de la nevera así acalorado, mientras él traía los pedidos, cobraba y limpiaba mesas. Donde yo trabajaba, en las comidas rápidas la 60, es un punto muy bueno, queda en los semáforos, y va mucha gente a comer, ya el lugar es famoso en la comuna.

   

LA POESÍA DE LUIS PALÉS MATOS, UNA EXALTACIÓN A LA IDENTIDAD ANTILLANA

Tomado de la web en: Seguir 






“Vienen las palabras de un lugar no situado en el tiempo 
de los relojes y van a algún paraje de lo eterno, 
por lo que, a diferencia de la conversación, 
no las usamos sino que nos hacemos unos
 con su ser” (García, 2001, p. 9)

Luis Palés Matos es un poeta puertorriqueño reconocido como un de los más importantes exponentes de la poesía antillana, junto a Luis Lloréns Torres, quien se anticipa a Palés en su trabajo de temas negristas e intenta acercarse a la identidad del ser antillano. No obstante con Palés Matos la poesía puertorriqueña asume un papel modernista de exaltación a la raza boricua y en general al pueblo antillano. La obra palesiana es un entramado, una red temática que cumple una función social, y que burla, ironiza, satiriza la raza blanca frente a la identidad caribeña. Así Palés exalta y elogia al negro, al ser antillano, su música, sus costumbres, su comida, su tierra santa y negra como las negras de Guayama, dulce como la caña, suave como la brisa del mar, abrumadoramente bella como un amanecer caribeño. Y todo esto en función de destacar el palpitante arraigo africano caribeño de las Antillas, que es la inminente herencia del africano en las islas. Es así como sus obras “expresan (…) una misma preocupación por todos compartida: la realidad de la libertad en un sistema racional…” (2001, p. 5), que es una función esencial en la poesía según nos dice el señor Jaime García Maffla.

De hecho es inevitable sentirse atraído por tan sublime manera como Palés Matos siente a su gente, su idiosincrasia, su ser antillano, tanto así como lo expresan González y Mansour en su libro “Poesía negra en América”,

Con la poesía de Palés, con su descubrimiento de nuestra afroantillanidad esencial, nació en mí la conciencia de mi mestizaje y el orgullo de mi identificación con lo que otro poeta antillano llamó sin vana hipérbole "la raza augusta". (1976, p.9)

Ese sentimiento que apropia Palés Matos a su poesía devela la gran maestría con que se funde con las palabras, con que se hace uno con la poesía, con su creación, que deja derramar su corazón, su alma en esas combinaciones que enredan multicolores temas alrededor del ser antillano bajo las más bellas expresiones culturales de la cultura africana. La poesía de Luis Palés se hace una con él mismo, otra característica del poeta consagrado, “la poesía es la misma alma del hombre, que está hecha a la vez de armonía y disidencia con el mundo…” (García M., 2001, p.7).

Cómo hacer crispetas: Maíz pira, aceite y sal al gusto.




No miento cuando digo que hacer crispetas es todo un arte. Si viven en Colombia o Latinoamérica quizás no haya problemas en conseguir el "maíz pira". Es el elemento fundamental. También se necesita aceite y sal al gusto.

¿Cómo las preparo yo?

Primero pongo a calentar aceite en una olla a fuego medio. Recomiendo una olla y no cacerola porque en esta última se pegan las crispetas. 
Luego que está caliente el aceite echo el maíz sobre el aceite caliente. Inmediatamente le bajo el nivel del fuego, le pongo fuego lento. Cuando suena la primera crispeta estallar, le empiezo a subir al fuego, paulatinamente. Así hago hasta que dejan de sonar. Sacudo al olla un poco, la dejo unos 5 segundos más y listo. Pongo dentro de un tazón la crispeta y pongo sal al gusto.

También se pueden combinar con chocolate caliente al bañomaría, lo esparce por la crispeta lista en el tazón y queda deliciosa. Sin sal ¿no? También puede combinar con miel. O si quiere algo más atrevido: limón y sal.

Paisajes conocidos




El lavador de baños




Todo los días me suena así, ese tremendo ruido retumba mis oídos y me despierta e un lampazo. En fin. Ya me dirijo al colegio, otra vez, al colegio. Qué más, no tengo algún otro trabajo, solamente puedo, mientras en la UIS no me den otros horarios, trabajar de lo que salga. Rápidamente desayuné Milo con pan y huevos revueltos, Salí corriendo, ya eran las 5:45 y yo debo estar a las 6:00 en punto allá. Fui a la parada ligero, crucé la mojada calle dos cuadras debajo de la virgen de la trinidad, porque más arriba no me para y al cabo de 5 eternos minutos pasó Panorama, iba desocupada, solamente ocupaban dos asientos, un celador pegado a la ventana escurriendo saliva por entre la quijada, otro atrás una ancianita vestida de verde oscuro con un canasto de hace mercado y un escapulario de madera en el cuello. Yo me senté por ahí y me fui mirando las calles mojadas, la tarde y noche anterior había llovido tremendamente, en el colegio tocó que los muchachos se fueran para las casa porque el agua se metía por las ventanas, el viento recio arrastraba las hojas, se mojaron varios libros de la biblioteca, se juagaron los equipos de sonido de la emisora escolar, todos corríamos a cubrir con bolsas de basura las cosas, el rector estaba empapado tratando de cuadrar una teja que se corrió que da hacia su oficina, en fin, muchos destrozos había y el viento era implacable e inevitable, se movían los árboles tremendamente, hasta cayó una rama gruesa sobre el salón de los de tercerito. Cuando me di cuenta ya la buseta va en la treinta con Condorito, la panadería y pastelería más antigua de la cumbre. Me quedé ahí, subí por la cuadra de la segunda plaza, hacia donde queda el tanque de la cumbre, al pie de la Iglesia, y llegué al colegio, al glorioso Gonzalo Jiménez Navas. Aún se sentía una brisa fría y tenebrosa, parecían las 4 de la mañana, la madrugada estaba muy oscura, las nubes muy malgeniadas, hacía tanto frío eran ya las 6:20 y aún el sol se arropaba sin dejar ver ni un cabello. Yo me dispuse a mi trabajo, no de profesor, no, por ahora me ofrecieron el trabajo de lavar los baños, lavaba el de los chinos y el de las peladas también. Uno siempre empieza por lo más duro, por eso empiezo siempre con el de los pela ’os. Me puse las botas, el delantal de plástico reforzado, la gorra, los guantes y cogí mis armas: trapero, escoba, bolsas, jabón y bláncox. Lavé ese pútrido baño, olía a berrinche, no parecía baño de jóvenes sino de borrachos guaraperos, qué asco de lugar, y para variar por las intensas lluvias le había entrado barro por entre las tejas, se había partido una teja en la esquinita y el piso estaba bien embarrado. Me eché hasta las 10 haciéndole aseo solo al de los chinos, ni modo a ellos les tocó aguantarse porque así nadie entra. Les tocó ir al de profesores, eso hacían cola. Todavía hacía mucho frío, no se veían claramente los cabellos del sol, aún se cubría la cara, de repente tronó durísimo, y seguían los vientos, parecía un cuento de Poe…
Me dispuse a lavar los baños de niñas, extrañamente estaba el cable trozado, porque no había candados, a lo mejor al tormenta, pensé sin convencerme pero lo ignore y seguí. Esos baños estaban peor, apenas abrí la puerta se sintió un vaho moral, asfixiante, como que todos los peores olores se habían puesto de acuerdo para estar en el preciso momento en que yo abriera. Salí un minuto y volví a entrar, ya me acostumbraría. Estaba lúgubremente oscuro ese lugar, había que lavar espejos, paredes, pisos, pero primero fui a las letrinas (primero lo peor). El olor era aún extraño, y algo hiso ruido de repente, seguramente algún ratón por ahí atorado. Cuando entré al baño más escondido, el del fondo, me pareció ver un trapo oscuro arrugado, me extrañé, me acerqué y el olor era extraño, olía a mal aliento de madrugada, como a sangre, como a mujer en sus días, no sé, pero con mi mano puesto el guante alargué eso que se veía regado el suelo, era como viscoso y tropecé con una tijera como con sangre, ahí estaba, aún movía sus manitas, era una criaturita, como un muñequito, como un perrito recién nacido, estaba rojo, y aún se movía, grité, salí corriendo, me espanté, volví a entrar y sí, sí era, un pequeño feto estaba en la taza de uno de esos horrorosos baños,  como pude tomé esa cosita tan pequeña, tan frágil tan endeble, la envolví en las toallas limpias de secarse las manos y corrí a la enfermería, no sabía qué hace, la enfermera me miró y se asustó más que yo, nerviosa llamó al portero para que nos abriera, corrimos a la calle cerca al cai, luego hacia el tanque, al frente queda el centro de salud, me recibieron la criaturita, la tomaron y a entraron a una camilla, le dieron los primero auxilios, ya estaba ahogándose.
Cuando caímos en la cuenta, nos miramos Mariela (la enfermera) y yo como diciéndonos ¿y la mamá? Así que ella se quedó y yo regresé al colegio para hablar con el rector, con mucha discreción. Hacía tanto frío que en el momento de la situación nadie notó eso, solamente el portero y la secretaria del rector que estaba tomándose una partilla para la migraña. Hablé con el rector, indagamos con sigilo acerca de la posible mamá. A eso de las 10 de la mañana, nos contó el vigilante, una jovencita de noveno había salido con un muchacho de gorra, y las mechas largas, diciendo que era el hermano y que venía por ella que estaba enferma, como él la vio tan mal, los dejó salir.
Al otro día Angélica María no vino a estudiar, la vieron salir del Colegio con un pelao de gorra, tomaron un taxi y nadie supo más. La pequeñita ya está bien, ya tiene 5 meses, era prematura de 7 pero sobrevivió pese a todo. 

Reto Chema Madoz





La Ruta 41

Me levanté de la cama sin querer despegarme de los sueños pues me esperaba la abrumadora realidad de enfrentar la vida que no deja de ser dura. Eran las 7:30 de la mañana cuando salí de casa, como siempre, sin desayunar. Tomé la ruta de panorama con ligera duda de que vendría pronto la ruta 41; efectivamente no fue sino que pagara mi pasaje, pasara la registradora y tras el vidrio trasero de la lenta buseta se atisbaba la trompa del bus que me hubiese llevado 15 minutos más rápido que este. Al regresar mi mirada al interior de la máquina no veía sino dos puestos libres, uno a cada lado. Antes de sentarme pensé, como siempre hago, cuál lugar no le pega el sol de la mañana. Así que me senté a mi derecha frente a los asientos.
Comenzó mi viaje, otra vez paso frente a la miscelánea de mi prima tercera materna y como normalmente pienso digo en mi mente -Tengo que visitarla un día de estos-, pero eso nunca pasa. La buseta atraviesa un barrio marginal, muy comercial, atestado de publicidad política pintada y pegada desde la campaña primera de Uribe donde queda el recuerdo desconcierto de promesas incumplidas, solamente inspira repudio ver tanta falsedad, tanta mentira, tanta corrupción, tan inútiles gobernantes que para poderles conocer debe haber elecciones y para verles la cara toca mirar una valla.

8 minutos después, aún no hemos salido del reposo, en toda la esquina de una tienda donde marcan tarjeta los de esta ruta, se detiene esta para hacerlo; mientras tanto es inevitable recordar los días en que mi madre tenía una guardería y llevaba a los niños a piscina, cerca de allí donde la espera se hacía eterna; ya se acababan los recuerdos en mi cabeza y el busetero campante y relajado no arrancaba, embelesado se reía a carcajadas mirando con negra intención las rellenas piernas de la mujer que apuntaba la hora en su tarjeta.

A mi lado estaba acompañándome una anciana que me enterneció apenas vi, era tan linda como mi nona materna, delgada y con tantos caminos en su cara que moldeaban una sonrisa permanente. Ya, al menos, salimos de la comuna 4 y nos dirigimos a la carrera 33 de Bucaramanga, luego de soportar 3 semáforos burlones.  A toda pasó el buseto por el puente La Flora, entre el trancón, las desesperadas y desesperantes cornetas sonando, los motociclistas imprudentes, los peatones atravesados y la bulla de los vendedores ambulantes que encierran los andenes frente al Club Unión se subió un niño como de 7 años, con la cara manchada como de mamones, el pelo sucio y alborotado, con su camisa vieja que más parecía prestada, y sus zapatos rotos como mordidos por ratas de quebrada. Comenzó con timidez a pedir que lo escucharan sin hallar nada de parte de los desapercividos pasajeros. De repente un vozarrón fino delicado, empezó a estremecernos la piel, mientras el niño cantaba, se enchinaban los bellos de los brazos y cabeza, los audífonos que distraían a más de un joven despabilado se cayeron intencionalmente del estruendoso canto, no supimos cuánto tiempo pasó, unos se bajaron atónitos, muy pocos subían igualmente sorprendidos. Cuando calló su dulcísima voz el pequeño, las precoces lágrimas eran femeninas en general por toda la buseta, pero combinadas con sollozos como de bebé a mi lado se batía la anciana tierna de sonrisa eterna, se le había borrado la sonrisa y los caminos de su tez se llenaron de dolorosos ríos de recuerdos, con alegría pensaba que estaba conmovida, pero al pasar los minutos, al pasar ya por el Batallón y ver que el lamento era más intensó me preocupé y le pregunté sin saber qué preguntar.

- ¿Señora, disculpe, dónde se queda usted?

No me miró siquiera, solo dirigió levemente su mirada a mi lado sin tocar con ella ni mis zapatos; sus ojitos pequeños se hicieron diminutos,  y la frontera de sus líneas lúcidas estaban llenas de un rojizo llanto, aunque su color de mirada parecía de profundos mares, la sal de su llanto había ya desteñido su iris, parecían ojos sin color, sin olor, sin sentir, sin sabor, sin alegría, como arrepentidos de haber hecho o no hecho algo que marcó su vida para siempre. En ese momento se me ocurrieron muchas cosas, estaba tan concentrado y acongojado con la señora, que ignoré al niño cuando me pidió una moneda. Ella se ensimismo nuevamente y recostada sobre sus piernitas siguió lamentándose con gestos profundos e inefables, aunque discretos, que laceraban sin querer cualquier intento de estar en paz.

Ya bajábamos por toda la 14, cerca al Sena, después de tomar la Glorieta del Estadio. Me bajé ahí en la 14 con 27, nunca lo hago, pues queda más cerca por la 25 con novena, pero no sabía qué hacer con la abuelita, me consternó su mirar y me originó una herida ajena, tan profunda, tan sentida, tan en el alma, que duré todo el día con ella. Pasos más adelante a las puertas de la UIS llegué y todavía pensaba si hubiera sido mejor haber esperado la ruta 41, pero quién iba a saber que la matutina ruta de entre semana se convertiría en una herida ajena pero compartida de un ser especial.


Fabián Alberto Prada Naranjo
Licenciatura en Español y Literatura
Ciencias Humanas